JORNADAS MUNDIAL de los ABUELOS
San Joaquin y Santa Ana
IV JORNADA MUNDIAL de los ABUELOS
28 de Julio del 2024
San Joaquin y Santa Ana
26 de Julio del 2024
✅️ Así es. Fueron, son y serán una pieza clave en el engranaje de la hermosa máquina que es la familia. Démosle gracias a Dios por ellos, los abuelos, siempre presentes en todo y para todo. ¡¡Felicitamos a los "Joaquínes y a las Anas"!!. Feliz día.💚🌟❤️
Francisco González
San Joaquin y Santa Ana
26 de Julio del 2023
Con los Abuelos de Jesús, damos GRACIAS por NUESTROS ABUELOS y MAYORES y rezamos por tod@s ellos, estén más cerca o más lejos, o ya junto al Padre Bueno, es un privilegio el tenerlos
III JORNADA MUNDIAL de los ABUELOS y de los MAYORES.
23 de Julio del 2023
Mensaje del Papa Francisco
Papa Francisco: No marginar a los abuelos, ellos se han sacrificado por nosotros
Este domingo, 23 de julio, el Papa Francisco pidió no marginar a los ancianos en nuestras vidas y familias, alertando sobre el peligro de las aglomeradas ciudades convertidas en "concentrados de soledad".
A las 10:00 de esta mañana, XVI Domingo del Tiempo Ordinario, el Santo Padre presidió en la Basílica de San Pedro la Celebración Eucarística con motivo de la III Jornada Mundial de los Abuelos y de los Ancianos.
En su homilía, el Pontífice ilustró la parábola de la levadura y la harina que nos invita a vivir unidos y mezclados, superando "el individualismo y el egoísmo".
"De ese modo—sostuvo Francisco—, hoy la Palabra de Dios es una llamada a vigilar para que nuestras vidas y nuestras familias no marginen a los más ancianos".
"Estemos atentos, para que nuestras aglomeradas ciudades no se conviertan en concentrados de soledad", dijo el Papa Francisco durante la Santa Misa que contó con la participación de 6.000 personas, incluyendo numerosos ancianos de toda Italia.
Así, exhortó a la política, "que está llamada a proveer a las necesidades de los más frágiles", para que no se olvide "de los ancianos, dejando que el mercado los relegue a descartes improductivos".
"No vaya a suceder que, a fuerza de seguir a toda velocidad los mitos de la eficiencia y del rendimiento, seamos incapaces de frenar para acompañar a los que les cuesta seguir el ritmo. Por favor, mezclémonos, crezcamos juntos", expresó el Pontífice ante un público, la mayoría de ancianos, quienes estuvieron acompañados por sus nietos y familias.
En su predicación, el Papa Francisco invitó crecer juntos, nuevas generaciones y adultos mayores "Escuchémonos, dialoguemos, sostengámonos recíprocamente. No olvidemos a los abuelos y a los ancianos".
Recordó que "muchas veces, gracias a una caricia" de los abuelos y ancianos "hemos vuelto a levantarnos, hemos reanudado el camino, nos henos sentido amados, sanados por dentro".
"Ellos se han sacrificado por nosotros y nosotros no podemos sacarlos de la agenda de nuestras prioridades. Hermanos, hermanas, crezcamos juntos, vayamos adelante juntos. El Señor bendecirá nuestro camino", indicó.
La "Cruz del peregrino"
El Papa ha vinculado hoy la celebración de la III Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores con la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) 2023 mediante un gesto simbólico que involucra a cinco ancianos.
Durante la Misa, estos adultos mayores entregaron la "Cruz del peregrino" a cinco jóvenes que asistirán a la JMJ en Lisboa (1-6 de agosto), Portugal.
Todas las diócesis del mundo hoy están invitadas por el Papa Francisco a celebrar la Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores a través de Misas dedicadas a ellos y visitando a ancianos que estén solos.
Asimismo, el Pontífice concedió una indulgencia plenaria en ocasión de la Jornada de los abuelos 2023, con las condiciones habituales para obtenerla, bajo el tema: "Su misericordia se extiende de generación en generación", inspirado en un pasaje del Evangelio según San Lucas (Lc 1,50).
II JORNADA MUNDIAL de los ABUELOS y los ANCIANOS
24 de Julio del 2022
"Ser mayor, anciano o abuelo", es un privilegio del que no todos llegan gozar. Tiene sus pro y sus contra: Han llegado a una meta, sí, pero no tod@s llegan en verdaderas y dignas condiciones de vida.
El Papa Francisco está muy preocupado por ello, y pide que nos unamos en la Jornada Mundial de los Abuelos, Ancianos y Mayores.
Y desde el domingo 24, así lo hacemos; y el martes, 26, con motivo del Día de San Joaquín y Santa Ana, - los abuelos de Jesús - nos UNIMOS en oración por ellos. Son nuestras raíces y transmisores de tantos valores, humanos y cristianos.
Se lo agradecemos. Un ABRAZO .
Francisco González
Con motivo de celebrarse ayer martes 26 de Julio, la Festividad de San Joaquín y Sta. Ana, Día de los abuelos y abuelas, encontré esta preciosa oración del anterior Papa Benedicto XVI, dedicada a los abuelos y abuelas. Cuántos recuerdos y cuánto les tenemos que agradecer.
Disfruten y
hagamos nuestra está linda oración. Siempre UNIDOS.
La Jornada, instituida por el Santo Padre como lo anunció después del Ángelus del 31 de enero de 2021, se celebra el cuarto domingo de julio, cerca de la fiesta de San Joaquín y Santa Ana, los abuelos de Jesús, el 26 de julio. "Es importante que los abuelos se encuentren con sus nietos y que los nietos se encuentren con sus abuelos, porque -como dice el profeta Joel- los abuelos soñarán frente a sus nietos, tendrán ilusiones [grandes deseos], y los jóvenes, tomando fuerzas de sus abuelos, irán adelante, profetizarán", explicaba el Papa.
Todas las diócesis son animadas a efectuar una liturgia dedicada a los ancianos y rhay dos formas principales para participar en la Jornada, sugeridas por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida: celebrar una eucaristía o visitar a los ancianos que están solos.
Indulgencia plenaria
La Penitenciaría Apostólica, acogiendo la solicitud presentada por el Cardenal Kevin Joseph Farrell, Prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, con motivo de la II Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, comunicó, el 30 de mayo, la facultad de obtener la indulgencia plenaria en las condiciones habituales: confesión sacramental, comunión eucarística y oración según las intenciones del Sumo Pontífice. La podrán recibir los abuelos, los ancianos y los fieles que participen en la misa del 24 de julio en la Basílica de San Pedro o en las diversas celebraciones que tendrán lugar en todo el mundo. La indulgencia podrá aplicarse también como sufragio a las almas del purgatorio".
La Indulgencia Plenaria, se concede también el mismo día a los fieles "que dedicaran un tiempo adecuado a visitar, de forma presencial o virtual, a través de los medios de comunicación, a los hermanos ancianos en situación de necesidad o dificultad (como los enfermos, los abandonados, los discapacitados)".
Además, se concederá la misma Indulgencia Plenaria a los ancianos enfermos y a todos aquellos que, "imposibilitados de salir de su casa por un motivo grave, se unan espiritualmente a las sagradas celebraciones de la Jornada Mundial, ofreciendo a Dios Misericordioso sus oraciones, dolores y sufrimientos de la propia vida, especialmente mientras se difunden por los medios de comunicación las palabras del Pontífice y las diversas celebraciones".
Los sacerdotes "se pondrán a disposición con un espíritu dispuesto y generoso para la celebración del Sacramento de la Penitencia".
Carta del Obispo de la Diócesis de Canarias, Don José Mazuelos, con motivo de la celebración de estas jornadas, en el siguiente archivo
ORACIÓN PARA LA SEGUNDA JORNADA
MUNDIAL DE LOS ABUELOS Y DE LOS MAYORES
Te doy gracias, Señor, por la bendición de una larga vida porque, a los que se refugian en Ti les concedes dar fruto.
Perdona, Señor, mi resignación y desanimo, pero no me abandones cuando desfallecen mis fuerzas.
Enséñame a mirar con esperanza el futuro que me das la misión que me encomiendas y a cantar tus alabanzas sin fin.
Hazme un tierno artífice de Tu revolución, para custodiar con amor a mis nietos y a todos los pequeños que buscan refugio en Ti.
Protege, Señor, al Papa Francisco y concede a tu Iglesia liberar al mundo de la soledad. Dirige nuestros pasos por el camino de la paz.
Amén
(24 de julio de 2022)
"En la vejez seguirán dando fruto" (Sal 92,15)
Querida hermana, querido hermano:
El versículo del salmo 92 «en la vejez seguirán dando frutos» (v. 15) es una buena noticia, un verdadero "evangelio", que podemos anunciar al mundo con ocasión de la segunda Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores. Esto va a contracorriente respecto a lo que el mundo piensa de esta edad de la vida; y también con respecto a la actitud resignada de algunos de nosotros, ancianos, que siguen adelante con poca esperanza y sin aguardar ya nada del futuro.
La ancianidad a muchos les da miedo. La consideran una especie de enfermedad con la que es mejor no entrar en contacto. Los ancianos no nos conciernen -piensan- y es mejor que estén lo más lejos posible, quizá juntos entre ellos, en instalaciones donde los cuiden y que nos eviten tener que hacernos cargo de sus preocupaciones. Es la "cultura del descarte", esa mentalidad que, mientras nos hace sentir diferentes de los más débiles y ajenos a sus fragilidades, autoriza a imaginar caminos separados entre "nosotros" y "ellos". Pero, en realidad, una larga vida -así enseña la Escritura- es una bendición, y los ancianos no son parias de los que hay que tomar distancia, sino signos vivientes de la bondad de Dios que concede vida en abundancia. ¡Bendita la casa que cuida a un anciano! ¡Bendita la familia que honra a sus abuelos!
La ancianidad, en efecto, no es una estación fácil de comprender, tampoco para nosotros que ya la estamos viviendo. A pesar de que llega después de un largo camino, ninguno nos ha preparado para afrontarla, y casi parece que nos tomara por sorpresa. Las sociedades más desarrolladas invierten mucho en esta edad de la vida, pero no ayudan a interpretarla; ofrecen planes de asistencia, pero no proyectos de existencia. Por eso es difícil mirar al futuro y vislumbrar un horizonte hacia el cual dirigirse. Por una parte, estamos tentados de exorcizar la vejez escondiendo las arrugas y fingiendo que somos siempre jóvenes, por otra, parece que no nos quedaría más que vivir sin ilusión, resignados a no tener ya "frutos para dar".
El final de la actividad laboral y los hijos ya autónomos hacen disminuir los motivos por los que hemos gastado muchas de nuestras energías. La consciencia de que las fuerzas declinan o la aparición de una enfermedad pueden poner en crisis nuestras certezas. El mundo -con sus tiempos acelerados, ante los cuales nos cuesta mantener el paso- parece que no nos deja alternativa y nos lleva a interiorizar la idea del descarte. Esto es lo que lleva al orante del salmo a exclamar: «No me rechaces en mi ancianidad; no me abandones cuando me falten las fuerzas» .
Pero el mismo salmo -que descubre la presencia del Señor en las diferentes estaciones de la existencia- nos invita a seguir esperando. Al llegar la vejez y las canas, Él seguirá dándonos vida y no dejará que seamos derrotados por el mal. Confiando en Él, encontraremos la fuerza para alabarlo cada vez más (cf. vv. 14-20) y descubriremos que envejecer no implica solamente el deterioro natural del cuerpo o el ineludible pasar del tiempo, sino el don de una larga vida. ¡Envejecer no es una condena, es una bendición!
Por ello, debemos vigilar sobre nosotros mismos y aprender a llevar una ancianidad activa también desde el punto de vista espiritual, cultivando nuestra vida interior por medio de la lectura asidua de la Palabra de Dios, la oración cotidiana, la práctica de los sacramentos y la participación en la liturgia. Y, junto a la relación con Dios, las relaciones con los demás, sobre todo con la familia, los hijos, los nietos, a los que podemos ofrecer nuestro afecto lleno de atenciones; pero también con las personas pobres y afligidas, a las que podemos acercarnos con la ayuda concreta y con la oración. Todo esto nos ayudará a no sentirnos meros espectadores en el teatro del mundo, a no limitarnos a "balconear", a mirar desde la ventana. Afinando, en cambio, nuestros sentidos para reconocer la presencia del Señor , seremos como "verdes olivos en la casa de Dios" (cf. Sal 52,10), y podremos ser una bendición para quienes viven a nuestro lado.
La ancianidad no es un tiempo inútil en el que nos hacemos a un lado, abandonando los remos en la barca, sino que es una estación para seguir dando frutos. Hay una nueva misión que nos espera y nos invita a dirigir la mirada hacia el futuro. «La sensibilidad especial de nosotros ancianos, de la edad anciana por las atenciones, los pensamientos y los afectos que nos hacen más humanos, debería volver a ser una vocación para muchos. Y será una elección de amor de los ancianos hacia las nuevas generaciones». Es nuestro aporte a la revolución de la ternura, una revolución espiritual y pacífica a la que los invito a ustedes, queridos abuelos y personas mayores, a ser protagonistas.
El mundo vive un tiempo de dura prueba, marcado primero por la tempestad inesperada y furiosa de la pandemia, luego, por una guerra que afecta la paz y el desarrollo a escala mundial. No es casual que la guerra haya vuelto en Europa en el momento en que la generación que la vivió en el siglo pasado está desapareciendo. Y estas grandes crisis pueden volvernos insensibles al hecho de que hay otras "epidemias" y otras formas extendidas de violencia que amenazan a la familia humana y a nuestra casa común.
Frente a todo esto, necesitamos un cambio profundo, una conversión que desmilitarice los corazones, permitiendo que cada uno reconozca en el otro a un hermano. Y nosotros, abuelos y mayores, tenemos una gran responsabilidad: enseñar a las mujeres y a los hombres de nuestro tiempo a ver a los demás con la misma mirada comprensiva y tierna que dirigimos a nuestros nietos. Hemos afinado nuestra humanidad haciéndonos cargo de los demás, y hoy podemos ser maestros de una forma de vivir pacífica y atenta con los más débiles. Nuestra actitud tal vez pueda ser confundida con debilidad o sumisión, pero serán los mansos, no los agresivos ni los prevaricadores, los que heredarán la tierra (cf. Mt 5,5).
Uno de los frutos que estamos llamados a dar es el de proteger el mundo. «Todos hemos pasado por las rodillas de los abuelos, que nos han llevado en brazos»; pero hoy es el tiempo de tener sobre nuestras rodillas -con la ayuda concreta o al menos con la oración-, junto con los nuestros, a todos aquellos nietos atemorizados que aún no hemos conocido y que quizá huyen de la guerra o sufren por su causa. Llevemos en nuestro corazón -como hacía san José, padre tierno y solícito- a los pequeños de Ucrania, de Afganistán, de Sudán del Sur.
Muchos de nosotros hemos madurado una sabia y humilde conciencia, que el mundo tanto necesita. No nos salvamos solos, la felicidad es un pan que se come juntos. Testimoniémoslo a aquellos que se engañan pensando encontrar realización personal y éxito en el enfrentamiento. Todos, también los más débiles, pueden hacerlo. Incluso dejar que nos cuiden -a menudo personas que provienen de otros países- es un modo para decir que vivir juntos no sólo es posible, sino necesario.
Queridas abuelas y queridos abuelos, queridas ancianas y queridos ancianos, en este mundo nuestro estamos llamados a ser artífices de la revolución de la ternura. Hagámoslo, aprendiendo a utilizar cada vez más y mejor el instrumento más valioso que tenemos, y que es el más apropiado para nuestra edad: el de la oración. «Convirtámonos también nosotros un poco en poetas de la oración: cultivemos el gusto de buscar palabras nuestras, volvamos a apropiarnos de las que nos enseña la Palabra de Dios». Nuestra invocación confiada puede hacer mucho, puede acompañar el grito de dolor del que sufre y puede contribuir a cambiar los corazones. Podemos ser «el "coro" permanente de un gran santuario espiritual, donde la oración de súplica y el canto de alabanza sostienen a la comunidad que trabaja y lucha en el campo de la vida».
Es por eso que la Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores es una ocasión para decir una vez más, con alegría, que la Iglesia quiere festejar con aquellos a los que el Señor -como dice la Biblia- les ha concedido "una edad avanzada". ¡Celebrémosla juntos! Los invito a anunciar esta Jornada en sus parroquias y comunidades, a ir a visitar a los ancianos que están más solos, en sus casas o en las residencias donde viven. Tratemos que nadie viva este día en soledad. Tener alguien a quien esperar puede cambiar el sentido de los días de quien ya no aguarda nada bueno del futuro; y de un primer encuentro puede nacer una nueva amistad. La visita a los ancianos que están solos es una obra de misericordia de nuestro tiempo.
Pidamos a la Virgen, Madre de la Ternura, que nos haga a todos artífices de la revolución de la ternura, para liberar juntos al mundo de la sombra de la soledad y del demonio de la guerra.
Que mi Bendición, con la seguridad de mi cercanía afectuosa, llegue a todos ustedes y a sus seres queridos. Y ustedes, por favor, no se olviden de rezar por mí.
Roma, San Juan de Letrán, 3 de mayo de 2022, fiesta de los santos apóstoles Felipe y Santiago.
FRANCISCO
Presentada por el Papa Francisco el 22 de Junio del 2021 y que se celebrará "cada año" el "cuarto domingo del mes de julio", entorno a la ...
Festividad de SAN JOAQUIN y SANTA ANA
(26 de Julio)
Mensaje para la PRIMERA Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores
YO ESTOY CONTIGO TODOS LOS DÍAS
[25 de julio de 2021]
Papa Francisco
Queridos abuelos, queridas abuelas:
"Yo estoy contigo todos los días" (cf. Mt 28,20) es la promesa que el Señor hizo a sus discípulos antes de subir al cielo y que hoy te repite también a ti, querido abuelo y querida abuela. A ti. "Yo estoy contigo todos los días" son también las palabras que como Obispo de Roma y como anciano igual que tú me gustaría dirigirte con motivo de esta primera Jornada Mundial de los Abuelos y de las Personas Mayores. Toda la Iglesia está junto a ti -digamos mejor, está junto a nosotros-, ¡se preocupa por ti, te quiere y no quiere dejarte solo!
Soy muy consciente de que este mensaje te llega en un momento difícil: la pandemia ha sido una tormenta inesperada y violenta, una dura prueba que ha golpeado la vida de todos, pero que a nosotros mayores nos ha reservado un trato especial, un trato más duro. Muchos de nosotros se han enfermado, y tantos se han ido o han visto apagarse la vida de sus cónyuges o de sus seres queridos. Muchos, aislados, han sufrido la soledad durante largo tiempo.
El Señor conoce cada uno de nuestros sufrimientos de este tiempo. Está al lado de los que tienen la dolorosa experiencia de ser dejados a un lado. Nuestra soledad -agravada por la pandemia- no le es indiferente. Una tradición narra que también san Joaquín, el abuelo de Jesús, fue apartado de su comunidad porque no tenía hijos. Su vida -como la de su esposa Ana- fue considerada inútil. Pero el Señor le envió un ángel para consolarlo. Mientras él, entristecido, permanecía fuera de las puertas de la ciudad, se le apareció un enviado del Señor que le dijo: "¡Joaquín, Joaquín! El Señor ha escuchado tu oración insistente" [1]. Giotto, en uno de sus famosos frescos [2], parece ambientar la escena en la noche, en una de esas muchas noches de insomnio, llenas de recuerdos, preocupaciones y deseos a las que muchos de nosotros estamos acostumbrados.
Pero incluso cuando todo parece oscuro, como en estos meses de pandemia, el Señor sigue enviando ángeles para consolar nuestra soledad y repetirnos: "Yo estoy contigo todos los días". Esto te lo dice a ti, me lo dice a mí, a todos. Este es el sentido de esta Jornada que he querido celebrar por primera vez precisamente este año, después de un largo aislamiento y una reanudación todavía lenta de la vida social. ¡Que cada abuelo, cada anciano, cada abuela, cada persona mayor -sobre todo los que están más solos- reciba la visita de un ángel!
A veces tendrán el rostro de nuestros nietos, otras veces el rostro de familiares, de amigos de toda la vida o de personas que hemos conocido durante este momento difícil. En este tiempo hemos aprendido a comprender lo importante que son los abrazos y las visitas para cada uno de nosotros, ¡y cómo me entristece que en algunos lugares esto todavía no sea posible!
Sin embargo, el Señor también nos envía sus mensajeros a través de la Palabra de Dios, que nunca deja que falte en nuestras vidas. Leamos una página del Evangelio cada día, recemos con los Salmos, leamos los Profetas. Nos conmoverá la fidelidad del Señor. La Escritura también nos ayudará a comprender lo que el Señor nos pide hoy para nuestra vida. Porque envía obreros a su viña a todas las horas del día (cf. Mt 20,1-16), y en cada etapa de la vida. Yo mismo puedo testimoniar que recibí la llamada a ser Obispo de Roma cuando había llegado, por así decirlo, a la edad de la jubilación, y ya me imaginaba que no podría hacer mucho más. El Señor está siempre cerca de nosotros -siempre- con nuevas invitaciones, con nuevas palabras, con su consuelo, pero siempre está cerca de nosotros. Ustedes saben que el Señor es eterno y que nunca se jubila. Nunca.
En el Evangelio de Mateo, Jesús dice a los Apóstoles: «Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado» (28,19-20). Estas palabras se dirigen también hoy a nosotros y nos ayudan a comprender mejor que nuestra vocación es la de custodiar las raíces, transmitir la fe a los jóvenes y cuidar a los pequeños. Escuchen bien: ¿cuál es nuestra vocación hoy, a nuestra edad? Custodiar las raíces, transmitir la fe a los jóvenes y cuidar de los pequeños. No lo olviden.
No importa la edad que tengas, si sigues trabajando o no, si estás solo o tienes una familia, si te convertiste en abuela o abuelo de joven o de mayor, si sigues siendo independiente o necesitas ayuda, porque no hay edad en la que puedas retirarte de la tarea de anunciar el Evangelio, de la tarea de transmitir las tradiciones a los nietos. Es necesario ponerse en marcha y, sobre todo, salir de uno mismo para emprender algo nuevo.
Hay, por tanto, una vocación renovada también para ti en un momento crucial de la historia. Te preguntarás: pero, ¿cómo es posible? Mis energías se están agotando y no creo que pueda hacer mucho más. ¿Cómo puedo empezar a comportarme de forma diferente cuando la costumbre se ha convertido en la norma de mi existencia? ¿Cómo puedo dedicarme a los más pobres cuando tengo ya muchas preocupaciones por mi familia? ¿Cómo puedo ampliar la mirada si ni siquiera se me permite salir de la residencia donde vivo? ¿No ya es mi soledad una carga demasiado pesada? Cuántos de ustedes se hacen esta pregunta: mi soledad, ¿no es una piedra demasiado pesada? El mismo Jesús escuchó una pregunta de este tipo a Nicodemo, que le preguntó: «¿Cómo puede un hombre volver a nacer cuando ya es viejo?» (Jn 3,4). Esto puede ocurrir, responde el Señor, abriendo el propio corazón a la obra del Espíritu Santo, que sopla donde quiere. El Espíritu Santo, con esa libertad que tiene, va a todas partes y hace lo que quiere.
Como he repetido en varias ocasiones, de la crisis en la que se encuentra el mundo no saldremos iguales, saldremos mejores o peores. Y «ojalá no se trate de otro episodio severo de la historia del que no hayamos sido capaces de aprender -¡nosotros somos duros de mollera!- Ojalá no nos olvidemos de los ancianos que murieron por falta de respiradores [...]. Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca» (Carta enc. Fratelli tutti, 35). Nadie se salva solo. Estamos en deuda unos con otros. Todos hermanos.
En esta perspectiva, quiero decirte que eres necesario para construir, en fraternidad y amistad social, el mundo de mañana: el mundo en el que viviremos -nosotros, y nuestros hijos y nietos- cuando la tormenta se haya calmado. Todos «somos parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas» (ibíd., 77). Entre los diversos pilares que deberán sostener esta nueva construcción hay tres que tú, mejor que otros, puedes ayudar a colocar. Tres pilares: los sueños, la memoria y la oración. La cercanía del Señor dará la fuerza para emprender un nuevo camino incluso a los más frágiles de entre nosotros, por los caminos de los sueños, de la memoria y de la oración.
El profeta Joel pronunció en una ocasión esta promesa: «Sus ancianos tendrán sueños, y sus jóvenes, visiones» (3,1). El futuro del mundo reside en esta alianza entre los jóvenes y los mayores. ¿Quiénes, si no los jóvenes, pueden tomar los sueños de los mayores y llevarlos adelante? Pero para ello es necesario seguir soñando: en nuestros sueños de justicia, de paz y de solidaridad está la posibilidad de que nuestros jóvenes tengan nuevas visiones, y juntos podamos construir el futuro. Es necesario que tú también des testimonio de que es posible salir renovado de una experiencia difícil. Y estoy seguro de que no será la única, porque habrás tenido muchas en tu vida, y has conseguido salir de ellas. Aprende también de aquella experiencia para salir ahora de esta.
Los sueños, por eso, están entrelazados con la memoria. Pienso en lo importante que es el doloroso recuerdo de la guerra y en lo mucho que las nuevas generaciones pueden aprender de él sobre el valor de la paz. Y eres tú quien lo transmite, al haber vivido el dolor de las guerras. Recordar es una verdadera misión para toda persona mayor: la memoria, y llevar la memoria a los demás. Edith Bruck, que sobrevivió a la tragedia de la Shoah, dijo que «incluso iluminar una sola conciencia vale el esfuerzo y el dolor de mantener vivo el recuerdo de lo que ha sido -y continúa-. Para mí, la memoria es vivir» [3]. También pienso en mis abuelos y en los que entre ustedes tuvieron que emigrar y saben lo duro que es dejar el hogar, como hacen todavía hoy tantos en busca de un futuro. Algunos de ellos, tal vez, los tenemos a nuestro lado y nos cuidan. Esta memoria puede ayudar a construir un mundo más humano, más acogedor. Pero sin la memoria no se puede construir; sin cimientos nunca construirás una casa. Nunca. Y los cimientos de la vida son la memoria.
Por último, la oración. Como dijo una vez mi predecesor, el Papa Benedicto, santo anciano que continúa rezando y trabajando por la Iglesia: «La oración de los ancianos puede proteger al mundo, ayudándole tal vez de manera más incisiva que la solicitud de muchos». [4] Esto lo dijo casi al final de su pontificado en 2012. Es hermoso. Tu oración es un recurso muy valioso: es un pulmón del que la Iglesia y el mundo no pueden privarse (cf. Exhort. apost. Evangelii gaudium, 262). Sobre todo en este momento difícil para la humanidad, mientras atravesamos, todos en la misma barca, el mar tormentoso de la pandemia, tu intercesión por el mundo y por la Iglesia no es en vano, sino que indica a todos la serena confianza de un lugar de llegada.
Querida abuela, querido abuelo, al concluir este mensaje quisiera señalarte también el ejemplo del beato -y próximamente santo- Carlos de Foucauld. Vivió como ermitaño en Argelia y en ese contexto periférico dio testimonio de «sus deseos de sentir a cualquier ser humano como un hermano» (Carta enc. Fratelli tutti, 287). Su historia muestra cómo es posible, incluso en la soledad del propio desierto, interceder por los pobres del mundo entero y convertirse verdaderamente en un hermano y una hermana universal.
Pido al Señor que, gracias también a su ejemplo, cada uno de nosotros ensanche su corazón y lo haga sensible a los sufrimientos de los más pequeños, y capaz de interceder por ellos. Que cada uno de nosotros aprenda a repetir a todos, y especialmente a los más jóvenes, esas palabras de consuelo que hoy hemos oído dirigidas a nosotros: "Yo estoy contigo todos los días". Adelante y ánimo. Que el Señor los bendiga.
Roma, San Juan de Letrán, 31 de mayo, fiesta de la Visitación de la B.V. María
Francisco
ORACIÓN para la Primera Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores
"Te doy las gracias, Señor, por el consuelo de tu presencia: También en la soledad, eres mi esperanza, mi confianza; ¡Desde mi juventud, eres mi roca y mi fortaleza! Gracias por haberme dado una familia y por la bendición de una larga vida.
Te agradezco los momentos de alegría y de dificultad, por los sueños cumplidos y por los que aún tengo por delante.
Te agradezco este tiempo de renovada fecundidad al que me llamas.
Aumenta, Señor, mi fe, hazme un instrumento de tu paz; enséñame a acoger a quien sufre más que yo, a no dejar de soñar y a narrar tus maravillas a las nuevas generaciones.
Protege y guía al papa Francisco y a la Iglesia, para que la luz del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra.
Envía tu Espíritu, Señor, a renovar el mundo, para que la tormenta de la pandemia se apacigüe, los pobres sean consolados y toda guerra termine.
Sostenme en la debilidad, y concédeme vivir plenamente cada momento que me das, con la certeza de que estás conmigo cada día hasta el fin del mundo.
Amén".